La experiencia clínica y las investigaciones han puesto en evidencia que la relación paciente-terapeuta se convierte en el medio por excelencia de transformación psicológica, entendiendo que la terapia es un espacio construido por ambos participantes, en la cual se vive una experiencia intersubjetiva, donde se presentan procesos recíprocos pero no simétricos donde emergen, se reproducen, actualizan o proyectan diferentes vivencias significativas de las relaciones del paciente con sus vínculos primarios (cuidadores, familiares u otras personas significativas). Estas vivencias tienen la característica de haber dejado huella, pero no necesariamente deben ser entendidas como una “huella negativa, traumática o desagradable”, pero estas permiten pensar qué se repite de estas interacciones para ponerlas a favor de la transformación psicológica, ya que en esta relación paciente-terapeuta se da la oportunidad de reparar o restaurar las fallas que hubo en otras relaciones anteriores.
Esto no quiere decir que la relación paciente-terapeuta esté libre de estas fallas, impases, momentos de encuentro o desacuerdo, pero sí habrá oportunidad para pensarlas, ponerlas en palabras, tramitarlas y confrontarlas de forma segura, gracias a las particularidades que tiene la relación terapéutica y que la diferencia de los demás vínculos del paciente. Para esto, es fundamental una presencia estable del terapeuta, una preocupación genuina por comprenderlo sin juzgar moralmente lo que expresa en sus comportamientos ni palabras.
En vamos a terapia damos importancia y cuidamos el vínculo entre paciente y terapeuta, con el fin de que ocurran cambios estructurales del proceso de terapia y que impactan el sentido de vida, y que no ocurren necesariamente como una disminución de la sintomatología, del malestar, de acomodación o plasticidad de las conductas, aunque estos también sean importantes.
